Las películas de Batman se estaban convirtiendo peligrosamente en algo muy parecido a una saga tipo James Bond a finales de los años noventa. Tim Burton había hecho sus dos partes y el murciélago había caído en manos de el insufrible Joel Schumacher. Durante un tiempo incluso parecía que nunca más se haría un nuevo film medianamente decente.
Y en el momento menos pensado apareció Christopher Nolan y realizó una más que notable adaptación de lo que serían los primeros años de Batman.
Poco después y en vista del éxito cosechado se anunció una nueva película, pero en esta ocasión el malvado que acompañaría al héroe de negro sería su archienemigo Jocker.
Las palabras mayores eran utilizadas por fín, los cuchillos se afilaban, la nueva era del personaje había comenzado... y de qué manera.
El Caballero Oscuro es una película memorable porque sus personajes lo son, porque la trama es apasionante, porque está dirigida con sobriedad y elegancia y sobretodo, porque tiene un guión y unas interpretaciones que traspasan los límites a los que por desgracia nos tienen aconstumbrados en Hollywood.
El sentido de la justicia, la corrupción del hombre y la dificultad del héroe solitario son pilares básicos en un guión que está construido para ser efectivo. No hay artificios ni giros demasiado enrevesados, los personajes son lo que son porque son paradigmas con músculo, ejemplos perfectos de lo suyo pero no de una pieza, poseen rugosidades, pequeños o grandes pesares que los hacen humanos o todo lo contrario en el caso de los más corruptos.
La acción de otras películas de la saga ha dejado paso a una pequeña introspección que hace que el personaje de Batman sea más fiel al cómic que en entregas anteriores. Y así descubrimos que el paladín de la noche por antonomasia tiene dudas y preocupaciones tan humanas que, de poder sobrellevarlas, marcarían un baremo de heroicidad mayor que el que alcanzaría con cualquier otra acción valerosa.
Y al otro lado de la calle, también bajo sombras, aparece la enturbiada mente del Joker, interpretado por Heath Ledger, y que nos recuerda cuan grande es la locura que se puede alcanzar cuando no hay esperanza y cuan grandes son las atrocidades que se hacen en nombre de la locura. Ledger, en una labor encomiable, nos rescata a un personaje mítico que había caído en el olvido de todos aquellos que no leen cómics colocándolo en el altar de los malvados más famosos de la historia del cine, situándolo junto a Darth Vader y Hannibal Lecter.
Su interpretación de prodigio y gesto fuerte, es portentosa porque da miedo, y rescata muy sutílmente la esencia de un personaje que debe ser terroríficamente gracioso y engañosamente triste. El actor parece comprender que para que su personaje sea lo que él quiere que sea debe mostrar más que señalar y sus gestos al igual que sus palabras deben ser precisos pero sutiles. Hay miradas del Joker de Ledger que parecen cargadas de inocencia aunque lo que esté sujetando sea el detonador de una bomba lista para ser explosionada. Al fin y al cabo no hay nada más terrorífico que lo que desconocemos. Ahí reside la esencia del miedo y el Joker, por definición, es un experto en miedo.
miércoles, 22 de julio de 2009
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